Durante el solsticio
de invierno, la sociedad agraria de los incas
celebraba una gran fiesta, que todos conocemos como Inti raymi (Fiesta
del Sol), agradeciendo a sus dioses el fin de las cosechas y la esperanza de un
año más de abundancia y buen gobierno. Para una comunidad predominantemente
agraria este día era la fecha más importante del imperio.
Tomando este hecho
como referencia, mediante el Decreto Supremo promulgado el 23 de mayo de 1930,
el presidente Augusto B. Leguía instituyó el “Día del Indio”, como una forma de
destacar una preocupación del Estado a favor de los hombres andinos, señalando
que esa efeméride debía festejarse el 24 de junio de cada año que es el día del
Cusco y de San Juan. Sin embargo, tuvieron que pasar varias décadas más para
que el día 24 de junio de 1969, el general Juan Velasco Alvarado promulgara la
Ley de Reestructuración de la Tenencia de la Tierra Rustica, más conocida como
“Ley de Reforma Agraria”, para dentro de ella, bajo un supuesto reivindicatorio,
se modifique aquel “Día del Indio” por la del “Día del
Campesino”, y a si a manu militare
desaparecieron los indígenas del Perú, aun cuando millones de ellos siguen
viviendo en la actualidad.
Las tribus de cazadores y recolectores que llegaron a
nuestro continente hace más de doce mil años, luego de dominar su entorno, hace
cinco mil años descubrieron el poder germinativo de las plantas y crearon la
agricultura y junto a ella la ganadería, y así poco a poco fueron asentándose
en pequeñas comunidades familiares que controlaban ciertos territorios que en
el mundo andino se denominó el “Ayllu”, sobre la base del cual se construyó una
de las cinco civilizaciones que la humanidad conoce: Babilonia, Egipto, China,
Maya-Aztecas y Andina-Inca, sobre las que se ha edificado nuestro mundo
moderno.
Con la llegada de los españoles, la economía colonial
siguió basándose principalmente en la actividad agraria, aunque se introdujeron
grandes novedades como la explotación minera a gran escala, los obrajes y el comercio monetario de la tierra y de sus
frutos. En esos tiempos la población indígena sufrió el despojo de sus
principales sementeras mediante la composición de tierras, sobre la base de esta
apropiación de tierras indígenas se crearon las grandes haciendas y estancias
españolas, para luego ser reducidos a la condición de yanaconas, además de
tener que padecer las mortales mitas mineras en Potosí y Huancavelica, además de
ser víctimas de las grandes epidemias de los males que llegaron de Europa.
Con la llegada de la
República, la situación del indígena no mejoró y hasta empeoró, porque la
hacienda republicana siguió reproduciendo las mismas condiciones socio
económicas coloniales. Sometidos a la condición de colonos y “huasipongos”
trabajaron para los dueños de latifundios, con salarios bajísimos y muchas
veces sin pago alguno y en condiciones de esclavitud. Pasados casi cien años de
vida republicana en la Constitución de 1920 se reconoció tan solamente y en
abstracto su existencia legal, pero la mayor parte de sus mejores tierras siguieron
en poder de los hacendados y gamonales.
Desde que el alcalde
del Cusco, Diego Ortiz de Guzmán mandó dar posesión de las tierras denominada
"Pachachaca" al cura Miguel de Estriñaga, el día el 13 de febrero de
1557, pasando por la composición y reconocimiento de los títulos de propiedad
de estas mismas tierras que hizo el Visitador Alonso Maldonado de Torres, el
día 02 de diciembre de 1594 a favor del
español Juan López de Izturizaga, hasta el día 30 de noviembre de 1971, cuando
por Decreto Supremo Nº 494-71-AG, se declaró en Reforma Agraria el departamento
de Apurímac tuvieron que pasar 414 años, para que los campesinos apurimeños
volvieran a recuperar el control de estas tierras, ya sea como propietarios
privados o como comuneros.
Nunca debemos olvidar
que durante la década de los 80' y principios de los 90' del siglo pasado, los
campesinos y comuneros apurimeños fueron las principales víctimas de los
problemas políticos sociales que agobiaron esta parte de la patria, y pese a
que durante esos tres oscuros lustros tuvieron que refugiarse por años en otros
lugares, dejando abandonados sus cultivos y sus crianzas, además de llorar el
dolor de la pérdida de sus seres queridos; sin embargo, asumiendo su condición
de ser hijos de una raza forjada en pueblos milenarios, poco a poco, volvieron
a estas tierras para hacer florecer sus campos y multiplicar sus crianzas, y
con ello el pan nuestro de cada día.
Dentro de esa misma
década, se promulgó la Ley General de Comunidades Campesinas que declaró de
necesidad nacional e interés social y cultural su desarrollo integral y se
reconoció su autonomía en su
organización, administración, economía, trabajo comunal y uso de su tierra, pero
sobre todo se garantizó la integridad del derecho de propiedad de su
territorio. Asimismo se dio la Ley de Deslinde y Titulación del Territorio
Comunal que benefició a 465 Comunidades Campesinas, que hoy por hoy, conducen
en propiedad con títulos inscritos en los Registros Públicos el 81.16 % del
territorio de la Región Apurímac.
Poco después del
retorno de nuestros refugiados que permitió la pacificación del país, se
produjo el boom de las inversiones mineras en Apurímac dentro del contexto de
una economía globalizada, cuya inversión a la fecha supera los 15,000 millones
de dólares, pero que afectan principalmente las tierras de las Comunidades
Campesinas, donde hasta la fecha solo hemos podido constatar el abuso que han
hecho las empresas mineras para hacerse con estas propiedades, muchas veces en
complicidad con el Gobierno Regional y los demás poderes públicos. La
persistencia de estas arbitrariedades que lindan con la comisión de varios
delitos, están generando un clima de crispación social, que irremediablemente
se agravará cuando se produzcan la contaminación y el deterioro del medio
ambiente que ineludiblemente produce la actividad minera.
Este fenómeno nos
presenta nuevos retos, pues a pesar de que se ha realizado algunas mejoras en
materia de infraestructura de riego y en vías de comunicación, falta
desarrollar la transferencia de tecnología y por supuesto la recuperación de
las técnicas agroecológicas ancestrales de nuestros cultivos andinos tan
valorados a nivel mundial. Elevar de cero la innovación agraria y mejorar la
precaria sanidad agraria. Desarrollar la
producción y productividad agraria regional para que sea el campesino apurimeño
quien preferentemente abastezca de alimentos a las nuevas poblaciones que
vienen creciendo y otras surgiendo en torno a la actividad minera.
En el contexto del
cambio climático, debemos preocuparnos por represar nuestras cientos de lagunas alto andinas para
garantizar la ampliación de la frontera agrícola con miras a lograr nuestra
anhelada seguridad alimentaria. También nos falta la urgente forestación y
reforestación que obligatoriamente debemos realizar a gran escala para mitigar
el impacto ambiental de la perniciosa actividad minera, sin olvidarnos que nos
hace falta una entidad regional que con la participación del capital financiero
que opera en la región, otorguen créditos a la actividad agraria si queremos la
inclusión socio económica de los hombres del campo.
En el plano de su
desarrollo social y personal, debemos promover dentro de los productores
agrarios conocimientos suficientes para gestionar empresarialmente su
actividad, así como introducir en el currículo de los colegios secundarios
rurales cursos de gestión y legislación
comunal, entre otros, para alcanzar su definitiva inclusión dentro de la
sociedad apurimeña y la tan anhelada integración de nuestra producción agraria
apurimeña al mercado nacional y mundial.
En este día solo nos
queda agradecer a los campesinos que nos proveen de los alimentos con que
restauramos nuestras fuerzas para seguir nuestras vidas, y aceptar que gracias
a su trabajo (que no pagamos en su valor real), llegaremos a ser una sociedad
próspera, pues escrito está que: “PAÍSES
RICOS, NO SON SOLO LOS QUE POSEEN UN GRAN DESARROLLO TECNOLÓGICO, SINO LOS QUE
ALIMENTAN SOBRADAMENTE A SU SOCIEDAD”, porque luego de saciado el hambre
viene con fuerza el intelecto, la ciencia, la tecnología y la anhelada sociedad
del bienestar.
¡GRACIAS, MUCHÍSIMAS GRACIAS!